
Queridos amigos de la Fundación Peque de Lara, el pasado verano volvimos a viajar, junto con algunos jóvenes voluntarios, al lejano Oriente buscando poner una gota de esperanza entre los más pobres.
En esta ocasión hemos colaborado con la Fundación “Siempre adelante” de las religiosas Concepcionistas de la Enseñanza que tienen en Quezon City un parvulario para niños pobres.
Os dejamos los testimonios de los Voluntarios y algunas fotos que esperamos os ayuden a haceros una idea de lo mucho que recibimos allí.
Testimonio Chino
“Un agustino, un ingeniero de minas, un estudiante de medicina, un estudiante de teleco y un chico que acaba de terminar el bachillerato se embarcan en una aventura para salvar el mundo” Parece un titular de película o de un bestseller, pero es lo que rondaba en mi cabeza en el momento de subirme al avión camino Filipinas. Sinceramente, no sé como pude estar tan confundido.
Yo sabía algo de historia, matemáticas, literatura… yo no sabía como ayudar a una persona que tiene la casa hundida y mucho menos a unos niños que han abandonado. Cuando llegué allí, a penas me bastaron un par de horas en el barrio donde vivían los críos para darme cuenta de que no tenía ni idea de cómo hacer para ayudar a esa gente, y empecé a preguntarme que iba a hacer 20 días tan lejos de mi casa sin poder realizar el objetivo con el que yo había ido.
Durante nuestra estancia en Filipinas, nos acogieron en una de sus casas unas monjas concepcionistas, que compartieron con nosotros ya no solo la comida, sino también los momentos de meditación matutina, el rezo del rosario y la misa. Las monjas hacían mil cosas al día, siempre de allá para acá, pero siempre tenían tiempo para estar en comunidad.
Ellas, unas monjas que no conocía y que no compartíamos ni lengua ni cultura, me hicieron sentir como en casa. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que si estaba ahí era por algo, si yo podía sentirme como en casa aun estando tan lejos de ella, no era casualidad. Y descubrí algo que me han intentado enseñar tanto tiempo y que nunca había podido comprender: Los tiempos y los caminos de Dios, no son los nuestros. Yo no sabía cómo ayudar allí y realizar la misión, pero Dios si y ese era mi error. No me estaba dejando llevar por Él, estaba intentando hacer las cosas a mi manera, una manera imperfecta y chapucera. Tenía que dejarme llevar por Dios, y fiarme de Él, y solo entonces podría hacer bien las cosas.
Y así fue, de la noche a la mañana algo cambió en mí. Ya no era ese chico inseguro que no se atrevía a hacer las cosas por miedo a hacerlo mal. Ahora, si había cualquier cosa que hacer allí iba como una moto, a mancharme las manos sin duda ni miedo.
Así pasó cuando iba todas las mañanas con un chico que tenía unas dificultades de atención y necesitaba un trato especial en momentos determinados como la merienda o los juegos, o cuando una familia de unos niños del kinder de las monjas nos pidieron si podíamos ayudarles en su casa que se estaba hundiendo, pues tenía la madera podrida y con las vigas que sujetaban la casa partidas, y nos metimos allí a sacar madera llena de termitas.
Para ser sincero, lo que yo hice allí, sería incapaz de hacerlo aquí en España. Pero allí no me molestaba, es más, cuanto más sucio y desgastado estaba, más feliz me encontraba.
Estoy seguro de que la misión me ha ayudado infinitamente más a mí de lo que yo haya podido aportar a la misión, y que jamás podré agradecerles lo suficiente a aquellas monjas lo que me dieron.
Ahora bien, para mí la misión no ha terminado ahí, sigo haciendo lo que puedo en unos grupos de catequesis y de pastoral, ayudando en lo que pueda, pues para hacer misión no se necesita ir a ningún sitio más lejos que nuestra propia ciudad y a veces, nuestra propia casa.
Una pequeña acción, una palabra o simplemente el estar en un momento difícil son cosas casi insignificantes para nosotros, pero causar un gran efecto a las personas que lo necesitan. Como decía la Madre Teresa de Calcuta “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero podemos hacer pequeñas cosas con gran amor”
DMC
Testimonio Joselu
Hace apenas tres meses que un grupo de 5 voluntarios con sus macutos, y un empujoncito dado por el Señor, decidió recorrer 11.649 km para descubrir lo que pasaba al otro lado del mundo, concretamente en la casa de unas Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza.
Total que después de 2 aviones y 20 horas de viaje allí nos encontrábamos, en Manila, muy lejos de casa y con 21 días por delante para descubrir una realidad muy diferente a la que conocíamos y, lo que es más importante aún, para descubrir hasta donde íbamos a ser capaces de llegar por los demás.
Los días pasaban y nosotros no parábamos de aprender. Aprendíamos de la alegría de los filipinos a pesar de su pobreza, aprendíamos de su gratitud, aprendíamos de su forma de ver la vida y de su priorización ante los problemas, aprendíamos de su hospitalidad con los forasteros, pero sobre todo de lo que más aprendimos fue del amor incondicional de las Madres.
Las Hermanas nos acogieron con los brazos abiertos desde el primer día sin ni siquiera conocernos, y nos cuidaron como una madre cuida a su hijo. Durante 21 días fue como tener el amor de 6 madres. Yo nunca antes había vivido una experiencia con monjas, pero de este voluntariado una de las mejores cosas que me llevo es el haber vivido en comunidad con ellas y el haber descubierto lo trabajadoras y fuertes que son.
Podría escribir un libro con todas las cosas que hicimos y los momentos que vivimos pero si os lo cuento todo perdería la gracias y vuestras ganas de descubrirlo por vosotros mismos, así que os animo a que vayáis a Manila, como hicimos nosotros, y que escribáis vuestro propio libro.
JLJV
Testimonio Fer
Han pasado ya tres meses desde que volvimos de aquellos 21 días de voluntariado en la otra punta del mundo. Una experiencia que difícilmente olvidaré y en la cual aprendí a valorar la suerte que tenemos por vivir donde vivimos y las facilidades que tenemos en nuestro día a día.
Como toda experiencia tuvo sus momentos difíciles. Los días más duros fueron los primeros ya que no estábamos acostumbrados a vivir en Comunidad con sus obligaciones y sus rutinas, pero tuvimos la suerte de que las hermanas nos acogieron como si fuéramos uno más; si a esto le sumamos la humedad, el calor y los días interminables de trabajo acababan siendo días agotadores y difíciles de aguantar.
Con el paso de los días nos fuimos acostumbrando a la vida que nos iba a tocar vivir allí y los días dejaron de ser largos y duros y pasaron a ser cortos y casi sin tiempo para hacer todo lo que queríamos hacer.
En cuanto a nuestro trabajo allí, todos los días estábamos con los chavales del colegio que venían de los barrios más pobres de Manila y, durante las dos primeras semanas, en los ratos que no estábamos con ellos estuvimos haciendo un huerto y unos murales también para ellos.
La última semana estuvimos reconstruyendo una casa que se estaba cayendo en dónde vivía una familia de las del colegio. Esto último, fue algo súper bonito porque gente que no nos conocía de nada nos abrió su casa y nos mostró donde vivían. Me sirvió para hacerme una idea de cómo viven las familias de allí, como pasaban sus días en una casa de 15-20 metros cuadrados, con vigas de madera y sin ventanas para cubrirse de la lluvia.
Para terminar, y como siempre digo a la gente que me pregunta, estas experiencias son inolvidables y te ayudan a aprender. En el mundo occidental vivimos en nuestra burbuja de bienestar en la que cualquier problema por lo más mínimo que sea lo hacemos gigante y nos impide ser felices sin saber que la gente en otras partes del mundo tiene
problemas realmente grandes y nunca pierden su sonrisa.
Estamos acostumbrados a tener de todo y siempre queremos más y más, sin saber conformarnos, disfrutar y compartir lo que tenemos. En el mundo occidental tenemos más estudios, más dinero y más cosas materiales, pero de lo realmente importante que son los valores y el interior de cada persona tenemos mucho que envidiarles.
Por eso yo invito a la gente a que, si en algún momento de su vida, tiene la oportunidad de hacer un voluntariado como el que tuve yo la suerte de vivir en Filipinas, que no dude y se vaya para allá.
F.M.M.
Testimonio Fonsi.
Y cuando parece que lo único que importa es el ajetreo del día a día, el trabajo, la universidad, el quedar con los amigos, el coger el autobús (que lo perdemos), el estar siempre pendiente del teléfono, no llegar tarde a los sitios, compromisos y más compromisos… me encontré a no sé cuántos mil pies de altura sobrevolando media Asía para poder llegar en unas horas de viaje a donde Magallanes y Elcano les costó días y días.
Ya tenemos cierta experiencia en este tipo de viajes, pero el bajarse del avión cuando uno llega a su destino tratándose de este tipo de países tan lejanos y tan distintos, es una sensación que hay que vivirla.
Esa humedad, olores, personas tan distintas… cambian por completo la realidad que uno está acostumbrado a vivir. Y así, entre mucho calor y sudor, pero sobre todo muchas risas y amistad comenzó un fantástico viaje a la isla de Luzón, a Quezon City en Metro Manila.
Creo que hay acuerdo entre mis amigos de viaje y yo en que pocas veces hemos experimentado el sentimiento de acogida y la famosa frase “estar como en casa” a tantísimos kilómetros de “nuestro hogar”, y eso que en este grupo, como ya he mencionado antes, no somos precisamente novatos en esto de viajar. El cariño que recibimos de un grupo de monja concepcionistas en Manila, no sé si es por analfabetismo o pobreza léxica, no soy capaz expresarlo, solo sé que hay que vivirlo.
¿Y fue solo eso?, ¿esa es la gran experiencia? ¡Para nada! Dentro de esta maravillosa comunidad tenían a cargo una escuela infantil en la cual durante la semana recibían alumnos de uno de los barrios más pobres de todo Metro Manila, allí echábamos un pequeño cable a cualquier actividad que hiciera falta con los pequeños filipinos, siempre que no hubiera lluvias monzónicas ese día y pudieran venir los chicos y chicas a la escuela.
Además durante los ratos libres que teníamos, montamos unos pequeños huertos para todos y pintamos unos murales en las paredes de la escuela.
Y cómo no, ya que habíamos viajado tan lejos, teníamos que visitar otras zonas de la isla. Hicimos montones de escapadas por toda la urbe, muy especial la visita a Intramuros. Una pequeña extensión dentro de la gran urbe filipina donde conocimos la grandísima influencia española en el territorio. Y también pudimos visitar el Sur de Filipinas, la isla de Mindanao descubriendo allí uno de los más increíbles rincones de este planeta.
Como un muy querido amigo dice siempre “en un voluntariado de tan poquitos días, no vais a cambiar nada a donde vayáis, la gente es perfectamente autónoma en el lugar, ya que al no recibir voluntarios durante todo el año han de aprender a funcionar y valerse por sus propios medios para sacar las cosas adelante y seguir avanzando, por eso , lo más importante que vosotros podéis hacer allí, es cambiaros a vosotros mismos”.
Nos pidieron un pequeño relato de la experiencia, no puedo extenderme mucho más, pero creo que las siguientes partes de este relato ¡deberías contarlas vosotros después de haber ido allí!
A.L.H.

Great content! Super high-quality! Keep it up! 🙂
danke für den Austausch.
hola me encanta la cabecera de tu blog, es una creación personal? Paula Ara Cyndi